Cada 10 de octubre, el calendario nos recuerda que existe algo llamado “salud mental”. Pero más allá de las campañas y los hashtags, la conversación sigue siendo incómoda. No porque falte información, sino porque la vida moderna parece diseñada para que no tengamos tiempo de detenernos a sentir.
Fatiga emocional colectiva
Las estadísticas crecen —ansiedad, estrés, depresión—, pero detrás de los números hay algo más profundo: una fatiga emocional colectiva. La sensación de que vivir se volvió una carrera sin línea de llegada. Y en esa velocidad, el malestar se normaliza.
“El valor que se otorga a la productividad constante se ha convertido en un estándar de éxito, pero detrás de esa exigencia, cuerpo y mente sufren las consecuencias.”
Más que un tema individual
La salud mental ya no puede pensarse como un tema “individual”. Está atravesada por la economía, las redes, la falta de vínculos reales y el culto a la productividad. No se trata solo de ir a terapia —aunque ayuda—, sino de repensar el modelo de vida que nos enferma.
Hablar de salud mental hoy es hablar de ritmos humanos en un mundo que no los respeta.
Es aceptar que no todo se arregla con una app de meditación o una frase motivacional.
Es permitirnos estar cansados, pedir ayuda y no rendir todo el tiempo.
Aprender a convivir
En palabras de una psicóloga consultada:
“No buscamos eliminar la tristeza o la ansiedad, sino aprender a convivir con ellas sin que nos definan”.
Quizás ese sea el verdadero desafío de esta fecha: pasar del discurso a la práctica, creando entornos —en el trabajo, en la escuela, en casa— donde el cuidado mental no sea un “tema de salud”, sino un gesto de humanidad cotidiana.
