La película “007: Sin tiempo para morir”, (la número 25 de la saga de James Bond) tiene un gran componente emocional. Es como un abanico de emociones en las que se atraviesa por distintos estados: hay entusiasmo, humor, miedo y tristeza. También hay varias sorpresas, giros y guiños a algunas de las 24 cintas anteriores.
La tradicional secuencia inicial del gunbarrel es distinta, lo cual no es una casualidad. Le toca al espectador descubrir por qué razón tiene un detalle no menor.
Después de los créditos iniciales, transcurrieron cinco años. Bond se encuentra retirado del servicio secreto viviendo una vida tranquila en una casa situada en Jamaica. Vemos a una persona diferente: se conecta con su vulnerabilidad y su carácter humanista. Su viejo amigo de la CIA, Felix Leiter, lo contacta para pedirle ayuda en una misión vinculada a una poderosa arma tecnológica que involucra a un científico ruso corrupto.
En la psicóloga Madeleine Swann (interpretada por Leia Seydoux) se explora un poco más mediante la revelación de un secreto de su pasado cuando era niña. Ella también manifiesta su vulnerabilidad.
Lyutsifer Safin (encarnado por el gran Rami Malek) es un villano tenebroso, más inteligente y más fuerte que cualquier otro al que Bond se haya enfrentado. Su singularidad está en su habilidad para impulsar un plan macabro que desea concretar, poniendo en peligro la vida de millones de personas.
El director Cary Joji Fukunaga, no escatimó en la acción: se destacan potentes escenas bien distribuidas durante los 163 minutos de duración. También se aprecian ciertos silencios (partes sin música) en esas secuencias. Además, hay una conexión con las cuatro cintas anteriores que funciona como un arco que cierra la etapa de Daniel Craig.
El final es sorprendente, conmovedor y apoteósico. Dejará al espectador descolocado y con un sabor extraño. Algo nunca antes visto en toda la saga.
Luciano Ingaramo