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Mitos sobre Adam Smith

by Luciano Ingaramo

Adam Smith (1723-1790) fue un filósofo y economista del siglo XVIII (conocido como “El siglo de las luces”), que está considerado el fundador del capitalismo.

Se repitieron muchas veces algunos datos sobre él: 1. Que era un capitalista salvaje y egoísta al que no le interesaba la pobreza y que defendía a los ricos. 2. Que además, estaba convencido de que una mano invisible del mercado hacía posible su autorregulación y por lo tanto, la intervención del Estado era innecesaria. 3. Que defendía a los monopolios. Esa información sobre el autor del libro “Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” es falsa. Pertenece a autores con un sesgo ideológico que se autoperciben liberales y discípulos de Smith: los conocidos neoliberales y/o libertarios. Cualquiera que lea lo que él escribió y no la interpretación de sus presuntos discípulos, va a comprobar que su pensamiento se encuentra en las antípodas de ese grupo que dice estar de acuerdo con su ideología. Ellos no hicieron más que una distorsión intelectual de una parte importante del contenido de uno de sus libros que ya mencioné. Sin más que añadir al aviso de los mitos enunciados, procederé a refutarlos con citas de su célebre obra “Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”:

Mito número 1: era un capitalista salvaje y egoísta al que no le interesaba la pobreza y que defendía a los ricos. Algo muy distante de su pensamiento. Él siempre defendió a los pobres. El siguiente pasaje de su tan recordado libro sobre economía política así lo demuestra: “Las necesidades de la vida ocasionan grandes gastos a los pobres. Les resulta difícil conseguir alimentos y la mayor parte de sus escasos ingresos se gastan en conseguirlos. Los lujos y vanidades ocasionan el gasto principal de los ricos, y una casa magnífica embellece y realza de la mejor manera todos los demás lujos y vanidades que poseen. Por lo tanto, un impuestos sobre el alquiler de las casas recaería en general más sobre los ricos; y en este tipo de desigualdad tal vez no haya nada muy irrazonable. No es muy descabellado que los ricos contribuyan al gasto público, no sólo en proporción a sus ingresos, sino algo más que en esa proporción”. Otra parte en la que habla de uno de los tres deberes que a su juicio, tiene el soberano, demuestra fehacientemente esta gran falsedad sobre su ideología: “El deber de erigir y mantener ciertas obras públicas y ciertas instituciones públicas que nunca puede ser de interés de ningún individuo o de un pequeño número de individuos construir y mantener, porque la ganancia nunca podría compensar el gasto a ningún individuo o a un pequeño número de individuos, aunque con frecuencia puede hacer mucho más que devolverlo a una gran sociedad”.

Mito número 2: estaba convencido de que una mano invisible del mercado hacía posible su autoregulación y por lo tanto, la intervención del Estado era innecesaria. Otra mentira. El concepto de la mano invisible aparece solamente una vez en “La riqueza de las naciones” y no alude precisamente a una regulación del mercado por sí mismo. Veamos qué dice el pasaje:

“Como cada individuo se esfuerza tanto como puede por emplear su capital en el apoyo de la industria nacional y por dirigir esa industria de manera que su producción pueda ser del mayor valor; cada individuo necesariamente trabaja para que el ingreso anual de la sociedad sea tan grande como pueda. En general, de hecho, ni pretende promover el interés público ni sabe en qué medida lo está promoviendo. Al preferir el apoyo de la industria nacional al de la extranjera, sólo pretende su propia seguridad; y al dirigir esa industria de tal manera que su producto pueda ser del mayor valor, sólo pretende su propio beneficio, y en este, como en muchos otros casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no era parte de su intención. Tampoco es siempre peor para la sociedad el hecho de no formar parte de ella. Persiguiendo su propio interés, frecuentemente promueve el de la sociedad más eficazmente que cuando realmente se propone promoverlo”.

Si se lee la cita detenida y cuidadosamente, se logrará comprender de qué está hablando Smith. Sostiene claramente que un empresario al seguir su beneficio, con frecuencia va a fomentar el de toda la sociedad. Pero, ¿por qué dice “frecuentemente”? Por la simple razón de que esto no siempre es así. O sea, se refiere a que la mano invisible no aparece siempre. Cuando un intercambio comercial no es justo, es decir, cuando la justicia está ausente, surgen los monopolios. Esto se debe a que hay personas que no son honestas a la hora de intercambiar mercancías. Entonces, Smith dice de cierta manera, que en los casos en que la mano invisible (de la moral) no aparece en la economía, es cuando la intervención del Estado es necesaria. Tal es así, que en otro fragmento él sostiene lo siguiente: “Aquellos ejercicios de la libertad natural de unos pocos individuos que puede poner en peligro la seguridad de toda la sociedad, son y deben ser restringidos por las leyes de todos los Estados, tanto de los más libres como de los más despóticos”. En la siguiente cita, ratifica la necesidad de la intervención del Estado en ciertos casos: “En los países donde se permite el interés, la ley, con el objetivo de prevenir la extorsión de la usura, generalmente fija el tipo de interés máximo que se puede cobrar sin penalidad”.

Mito número 3: defendía a los monopolios. Nada más alejado de la realidad. El gran enemigo de Smith era justamente los monopolios. Así lo demuestra el siguiente pasaje de su gran obra: “El monopolio, asimismo, es el peor enemigo de la buena administración, que nunca puede establecerse de forma generalizada si no es a consecuencia de esa competencia libre y universal que fuerza a cada uno a recurrir a ella por su propio interés”.

A la luz de los hechos verificados, es evidente que hay oportunistas que dieron por verdadero algo sobre un gran teórico que no era cierto. Por eso, lo recomendable es ir siempre a la fuente original: leer lo que el autor escribió y no lo que otros dicen que escribió. Si bien siempre hay excepciones, en la mayoría de los casos, los que citan lo que un teórico escribió tienden a hacer una tergiversación a causa de un sesgo ideológico. El verdadero pensamiento de Adam Smith está en el contenido de sus obras. Sólo es cuestión de tomarse el trabajo de leerlas para evitar el hecho de caer en interpretaciones erróneas o especulaciones ideológicas.

Luciano Ingaramo

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