La memoria no sólo sirve para evocar recuerdos o almacenar información: también tiene un valor económico. Aquello que hemos vivido deja “anclas” que condicionan cómo tomamos decisiones en el presente y en el futuro. Experiencias como una crisis financiera, un período de inflación o incluso la forma en que atravesamos la etapa escolar, marcan nuestras elecciones de inversión, el nivel de riesgo que asumimos y hasta la manera en que se mueven los precios en los mercados.
La huella de la experiencia en la vida laboral
El economista Miguel Ángel García Montalvo sostiene que las vivencias laborales acumuladas a lo largo del tiempo, gracias a la memoria, pueden representar hasta un 46 % de los ingresos que una persona obtiene en su vida. Es decir, recordar cómo resolver un problema, aplicar un método ya aprendido o repetir una estrategia exitosa no solo ahorra tiempo, sino que se traduce en productividad y, en consecuencia, en dinero.
En otras palabras: la memoria es un activo intangible que, aunque no se ve, sostiene gran parte de nuestra trayectoria profesional.
Qué recordamos mejor
No todos los recuerdos tienen el mismo peso ni se fijan de la misma forma. Los estudios muestran que recordamos más aquello que comprendemos con claridad y lo que viene acompañado de una carga emocional.
José Ignacio Murillo, catedrático de Filosofía, lo resume así: “Lo que se aprende con disfrute y significado se conserva de manera más sólida”. Por eso, las experiencias que conectan con nuestras emociones tienden a permanecer más tiempo y resultan más útiles a la hora de tomar decisiones futuras.
Un recurso poco valorado en la educación
Durante mucho tiempo, el papel de la memoria en la educación fue subestimado. Se priorizó la atención, la emoción o la creatividad, relegando la memorización a un rol secundario e incluso poco prestigioso.
Sin embargo, especialistas como Maite Mas, psicóloga y formadora, advierten que aprender no es repetir datos mecánicamente. El verdadero aprendizaje surge cuando la emoción se conecta con la experiencia y se integra en la memoria de manera significativa.
Así, el desafío actual es revalorizar la memoria como herramienta educativa y productiva, entendiendo que sin ella difícilmente pueda haber innovación, creatividad ni progreso económico.
La memoria como motor social
Pensar la memoria sólo en términos individuales es quedarse corto. A nivel colectivo, también cumple un papel económico: influye en cómo una sociedad enfrenta las crisis, en su capacidad de recuperación y en la transmisión de saberes entre generaciones.
La memoria, en definitiva, no es un simple archivo de recuerdos: es capital humano, cultural y social. Y en tiempos de incertidumbre, rescatarla puede marcar la diferencia entre repetir errores o aprender de ellos.