Desde una perspectiva psicopatológica, el corrupto es un individuo que sistemáticamente ignora al otro y prescinde de los valores éticos morales y cívicos que garantizan la equidad en la convivencia de una sociedad. Carece de una moral autónoma y sólo respeta la ley por el miedo a las sanciones, de tal modo que su ética es parecida a la de un niño. Se siente inmune y no tiene en cuenta las consecuencias negativas inherentes a sus actos. Es temerario, tiende a jactarse de sus actividades ilícitas y a no admitirlas cuando son descubiertas en sus delitos, por la obstinada y patológica negación a reconocerlos. El corrupto transgrede intencionalmente las normas, impulsado por la codicia desmedida y por su obsesiva identificación del éxito con el dinero.
La corrupción es un fenómeno muy presente en ciertos sectores de la política, el empresariado y las finanzas. Es la transgresión de las normas hecha de manera voluntaria y con la intención de obtener beneficios personales. Es una práctica sistemática en la que pervertir, depravar y sobornar se convierten en el modus operandi del corrupto en perjuicio de terceros y del interés colectivo de la ciudadanía.
Los especialistas coinciden en que el ser humano es transgresor por naturaleza. Sin embargo, cada persona tiene su límite. El problema surge cuando ese umbral es tan bajo, que atenta contra valores esenciales. “Todos somos en alguna medida corruptos. Lo importante es observar en qué lugar se encuentra esa medida. Uno es capaz de transgredir hasta un punto donde empieza a entrar en colisión con sus valores, con su moral. Y a partir de allí comienza a sentir que algo no está bien”, afirmó el psicólogo y periodista Diego Sehinkman.
El neurocientífico Mariano Sigman llama a eso “punto de equilibrio”. Es decir, el punto hasta donde una persona es capaz de transgredir sin entrar en colisión con sus valores.
El “punto de equilibrio” se fue corriendo durante décadas en la Argentina. “En los 90 -recordó Sehinkman- se relacionaba a la corrupción con ciertos niveles de riqueza y ostentación. Era la mansión sobre el río, el yate o el auto de lujo. Pero no estaba asociada con gente muerta al lado de un tren. Eso terminó sucediendo durante los últimos años”. A pesar de los problemas, Sehinkman observa que “de a poco se va generalizando un reclamo de transparencia, porque la gente comenzó a percibir la conexión entre la corrupción y la decadencia del país. No siempre es fácil percibirlo. Pero comenzamos a ver los costos que este proceso implica”.
La presión a la que alude Sehinkman, sobre la exigencia social de actos transparentes hacia quienes administran los recursos públicos, demuestra que hay una sociedad que está harta y cansada del nivel de corrupción ejercido durante los últimos 12 años (como ya se comprobó con pruebas demoledoras en el caso de los cuadernos de las coimas recibidas por los empresarios socios del gobierno kirchnerista) y quiere que se combata a fondo la corrupción para que no haya más impunidad, independientemente de que la situación económica del país sea positiva o negativa.
En base a las razones que explica la psicología, es verosímil la idea de que el origen de la corrupción es un fenómeno psicológico que radica en la ausencia de valores morales por parte de quienes la ejercen, ya sea desde cargos en el sector público o en el sector privado.
Luciano Ingaramo