A menudo se lo suele asociar al célebre economista británico John Maynard Keynes (padre de la macroeconomía), como el defensor del déficit presupuestario. Tal es así, que muchas veces se escuchó y todavía se escucha decir, tanto por los detractores como por algunos falsos simpatizantes, que para una recesión con desempleo y deflación como fue la Gran Depresión del 29 de octubre de 1929 en Estados Unidos, él recomendaba estimular la demanda agregada mediante un gasto deficitario en obras públicas. Pero esto no es más que una distorsión de su pensamiento sobre esa nefasta situación. Nunca dijo que se requería un déficit público para aplicar una política fiscal contracíclica en ese contexto.
Lo que verdaderamente recomendó a partir de febrero de 1928 hasta su fallecimiento en abril de 1946, en un libro del Partido Liberal de Gran Bretaña titulado “El futuro industrial de Gran Bretaña según el informe de la Comisión Industrial Liberal”, fue una visión pragmática que era el reflejo de una práctica de contabilidad clásica que hacen las empresas: un presupuesto para el gasto de capital (inversión en obras públicas como carreteras, puentes, aeropuertos, casas, etc.) separado del presupuesto ordinario para el gasto corriente (consumo diario como salarios, lapiceras, teléfonos, cupones de alimentos, etc.). Inclusive, en su obra magna “Teoría general del empleo, el interés y el dinero” publicada en febrero de 1936, no hay ningún rastro de defensa de un gasto deficitario.
Según su idea, el presupuesto regular del Gobierno debía estar equilibrado en todo momento y financiarse con impuestos, mientras que el presupuesto para inversiones en infraestructura debía fluctuar con la demanda de empleo y financiarse con crédito barato, es decir, préstamos del sector bancario a una baja tasa de interés, los cuales se pagarían más adelante con el flujo de ingresos generado por la rentabilidad de las obras públicas. Esta política fiscal estratégica y flexible, implicaba una contabilidad diferente que permitía el aumento de la inversión pública a largo plazo sin recurrir al financiamiento del déficit. De hecho, en una carta que Keynes le envió al funcionario y diplomático británico Sir Wilfrid Eady el 10 de junio de 1943, dijo lo siguiente: “El presupuesto de capital será un ingrediente necesario en esta exposición de las perspectivas de inversión bajo todos los rubros. Si como puede ser el caso, algo así como dos tercios o tres cuartos de la inversión total bajo los auspicios públicos o semipúblicos, el monto del gasto de capital contemplado por las autoridades será el factor de equilibrio esencial. Éste es un cambio muy importante en la presentación de nuestros asuntos y espero que lo adoptemos. No tiene nada que ver con la financiación del déficit”. Dos años después, en un memorándum publicado el 21 de junio de 1945, escribió lo siguiente: “Es importante enfatizar que no es parte del propósito del Tesoro Público ni del presupuesto de capital público facilitar el financiamiento mediante déficit, tal como entiendo este término”.
Por lo tanto, es evidente que Keynes estaba a favor de una política fiscal expansiva que incluyera la disciplina fiscal: en lugar de promover un aumento del gasto público adicional a cualquier costo, enfatizaba la importancia de dirigir ese gasto hacia inversiones de capital y hacerlo de manera que no afectara negativamente la salud y la estabilidad fiscal del Gobierno. A su criterio, el Gobierno no debería pedir dinero prestado para gastos corrientes, sino solamente para gastos de capital a largo plazo. Él estaba seguro de que, al promover la inversión con el objetivo de aumentar el consumo, los empresarios recuperarían la confianza y de esta manera, nuevamente se sentirían motivados a invertir y consumir, lo que llevaría a la concreción del pleno empleo y la estabilidad de los precios.
Como quedó demostrado, la versión del gasto deficitario de Keynes -pregonada por sus opositores y por algunos que se definen keynesianos cuando en realidad no lo son-, no es más que un mito. Una mera caricatura de su ideología. Por eso, si hay interés en conocer la verdad sobre el pensamiento de una figura pública de la envergadura de Keynes, lo mejor es siempre dirigirse hacia las fuentes originales que son sus escritos recopilados, en vez de repetir lo que ciertos oportunistas con intereses particulares dijeron y continúan diciendo sobre el economista más importante del siglo XX.
Luciano Ingaramo
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