Carlos Augusto Seara, médico cardiólogo que atendió al presidente Juan Domingo Perón durante su última presidencia, nació el 17 de marzo de 1945 en la localidad de Lomas de Zamora. Su familia no se caracterizó por su simpatía ideológica hacia el justicialismo, pero él tuvo su primer contacto con ese fenómeno en el colegio. Junto al Dr. Pedro Ramón Cossio, es autor del libro “Perón: testimonios médicos y vivencias 1973-1974” (2006).
¿Cómo fue que conociste a Juan Domingo Perón?
Con el equipo de médicos del Hospital Italiano, estuvimos haciendo guardia desde el 19 de noviembre del ’73 hasta el día en que murió. Pero el primer mes al él no le dijeron nada que estábamos pero se ve que para la navidad, en esa época le dijeron. El 1 de enero del ’74 me tocó hacer guardia a mí. Perón todavía vivía en su casa de Gaspar Campos.
¿Cuál fue la primera impresión que tuviste al momento de conocerlo?
Tuve la misma impresión que tuvieron todos los que lo conocieron. Perón era muy simpático, canchero, muy llano, lo hacía sentir bien a uno. Estaba viejo, tenía 78 años. Estaba con un aspecto deteriorado, tenía un problema en la piel y tenía el pelo negro que como yo lo vi dos o tres días después de muerto, parecía que él era así: pelo negro que no se lo teñía. Tenía algún antecedente indio en su madre.
¿Cómo fue ser un médico durante seis meses de una figura política de su envergadura?
Era como que había una realidad paralela. Uno iba a ser guardia y era como otro mundo porque era un mundo de poder, de interna, había mucha violencia, mucho temor, mucha inseguridad. Pero también de que uno era como un privilegiado, esa cosa tenía de atractivo. Porque para acercarse a Perón era imposible porque él era distante como Alá. En cambio a nosotros no, nos invitaba a tomar el té. Había un auto con chofer para nosotros siempre en medio de la custodia siempre con armas, en el auto había armas. Me preguntaron si yo sabía tirar. De hecho, después me invitaron a tirar al Tiro Federal algunos oficiales. Era como un mundo un poco irreal. Al poco tiempo de conocerlo a él, la primera aparición pública que tuve con Perón fue la carrera en la que Carlos Reutemann se quedó sin nafta en la última vuelta en el Gran Premio Fórmula 1, el 14 de enero de 1974. Ya ahí, nos habíamos ido de Gaspar Campos a la residencia de Olivos. El 10 u 8 de enero Perón se mudó a la quinta de Olivos por razones de seguridad.
El tiempo de la guardia que yo hacía era de 24 horas y después los sábados y domingos eran rotativos. Los primeros tres meses, yo hacía guardía tres veces por semana. Estaba mucho en Olivos.
¿Cuál es el recuerdo más palpable que tenés de haber sido médico suyo como testigo privilegiado de su última presidencia?
Tres o cuatro días antes que él falleciera, estaba con Jorge Taiana y habían traído un monitor telemétrico que fue de los primeros que hubo en Argentina. Y yo empecé a ver el electro, entré a la habitación y le dije a Taiana: “Mire, me parece que va a hacer un edema agudo de pulmón. Está preparándose para eso. Vaya a avisar”. Cuando entré de nuevo, le dije a Perón: “General, le voy a poner un catéter así no tenemos que andar pinchándolo”, nunca me lo voy a olvidar. Yo ya estaba orientado porque había ido a Estados Unidos y hacía la cardiología infantil. Yo hacía cateterismo infantil en chicos de 3 o 4 kg. Perón me decía: “Me ahogo, me ahogo”. Yo ya había preparado toda la medicación. Lo canalicé muy rápido, le pasé la medicación y en 5 minutos se sintió mucho mejor. A los pocos minutos empezaron a llegar el resto de los médicos: llegó Domingo Liotta, que era el ministro de Salud y jefe de cirugía cardiovascular del Hospital Italiano y llegó el Dr. Pedro Cossio (padre). Yo tenía 29 años, pero ya tenía muchos años de médico porque me había recibido muy joven. Había una orden de que no se le podía hacer ningún procedimiento agresivo a Perón. Esa orden era un poco de López Rega y del Dr. Cossio. Cuando llegaron todos, yo no dije nada. Violín en bolsa porque había sido una orden mal dada. Perón tendría que haber estado canalizado unos días antes, pero bueno, me tocó hacerlo a mí. Y en cuatro días se murió.
¿Le tenía miedo a la muerte?
Yo creo que un poco sí. Él era un poco aprensivo. Como paciente era bueno, pero yo creo que él se la veía venir.
¿Cuál era su alimentación?
Él estaba en régimen total porque además tenía insuficiencia renal. Estaba muy enfermo. Tenía su dieta: comidas sin sal, carne, verduras, simple.
En una entrevista, mencionaste que mientras Perón vivió la organización clandestina Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), no estaba activa pero sí en génesis. ¿La creación de la Triple A hecha por López Rega tuvo la aprobación de Perón?
No. Todos los oficiales de custodia que comían con nosotros en el comedor de invitados, en conversaciones extraoficiales (nosotros ya habíamos pasado a ser entes del elenco estable), nos dijeron que la aparición de Rodolfo Eduardo Almirón y Juan Ramón Morales eran tipos que en los procedimientos entraban a lugares para hacer un allanamiento y tiraban a matar sin preguntar. Tenían entre los dos 60 muertos. Uno veía que tenían aspecto de gángster por su vestimenta, siempre estaban armados. Con nosotros no se metían. Yo nunca imaginé que esos tipos se dedicaban a eso. Mientras vivió Perón, la Triple A estaba en gestación pero no activa.
Cuando Perón hablaba de los cabecitas negras, los humildes, ¿lo percibías que era sincero, que los pobres lo conmovían?
Sí. A mí, la sensación que me dio en el tiempo que yo lo traté que fue su último período es que él estaba más allá de las divisiones ideológicas. Él ya había sido presidente dos veces.
Cuando él vuelve acá el 20 de junio de 1973, ¿la situación en la sociedad a él lo descolocó?
Sí. Lo que lo descolocó mucho fue el episodio de Ezeiza. Ese día no había custodia, no había nada. Le escuché decir que su movimiento fue infiltrado por la izquierda comunista. Y me dijo: “Mire doctor, la verdad es que yo no vine acá a ser presidente. Vine a ser una figura de consulta macropolítica. Le hice caso a Evita, que mi persona más leal era Héctor Cámpora, por eso lo elegí como candidato a presidente, pero mire lo que pasó: se dejó copar por la izquierda. Pero lo que es peor, se dejó copar por el hijo, que además de comunista, es puto. Y tuve que agarrar la presidencia. Mire en el quilombo que me metí”. Perón era homofóbico, él nunca hubiera aprobado la ley de matrimonio igualitario.
¿Cómo fue el último día de Perón lúcido, el domingo 30 de junio de 1974?
Él estaba en la cama, solo, con una enfermera que estaba cerca para tratar su edema de pulmón. Estaba somnoliento porque se le había dado morfina. Ya no veía televisión. Él vio televisión hasta cuatro o cinco días antes de morirse y vio conmigo el mundial del ’74. Él era hincha de Racing.
Al día siguiente (1 de julio de 1974), ¿cómo fue esa última jornada antes de que él muriera?
Estuvo somnoliento y podía hablar. Su enfermera, Norma Byron, me dijo que Perón tuvo una sensación de que se descomponía y le dijo: “Esto se acabó”. Y ahí perdió el conocimiento y empezó toda la maniobra de resucitación.
¿Cómo lo recordás a Perón y cuál creés que es su legado?
Era un tipo muy pragmático, no daba muchas vueltas, tenía frases razonables y no mostraba en público sus sentimientos. Cuando Perón aparecía en público, el fenómeno que generaba era estremecedor, el impacto masivo. Y también tenía una muy buena oratoria. Él dejó una impronta de justicia social que era desconocida.
Al margen, hay algo que me gustaría decir: López Rega, en algún momento ya cuando hacía tiempo que yo ya estaba en el gobierno, me llama aparte y me dice: “Vení pibe, ¿qué necesitás? ¿Un departamento? ¿Un crédito?”. Él nos trataba así. A la semana, yo volví y le contesté esto: “Mire ministro, estuve pensando lo que usted me dijo. Yo tengo una carrera que ya veo que me va a ir bien. Además, ya tengo mi casa y tengo algún patrimonio familiar, así que la verdad le agradezco pero no necesito nada”. A los 15 días me llama y me insiste con que en una calle se estaban construyendo unos departamentos. Como yo no volví a decirle nada, no pasó nada. ¿Por qué el resto de los médicos se niega a hablar? Quizás porque yo tengo una personalidad un poco histriónica, soy más extrovertido. Pero todos se compraron un departamento con un crédito ministerial. Estamos hablando de un departamento que hoy cuesta 300.000 dólares que nunca terminaron de pagar.
El Dr. Seara es un testigo clave de la última presidencia de Perón como médico cardiólogo suyo porque de todos los médicos, fue el que más contacto tuvo con él. Vivió la situación interna de un ambiente en el que muchos hubieran querido estar, cuyo testimonio muestra un retrato inédito de uno de los presidentes que marcó una bisagra en la historia del país.
Luciano Ingaramo