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Los dos presupuestos de Keynes: la propuesta que nunca se aplicó

by Luciano Ingaramo

A pesar de su inmensa influencia, la idea de Keynes fue frecuentemente malinterpretada. Mientras muchos lo consideran un defensor del gasto deficitario, su verdadera propuesta económica era disciplinada y sofisticada. Este artículo busca recuperar su auténtico pensamiento, revelando un enfoque que podría ofrecer una solución al actual desafío fiscal.

El hombre detrás de la teoría

John Maynard Keynes (1883-1946) no fue un simple economista. Como profesor de Cambridge y funcionario del Tesoro británico, transformó el pensamiento económico del siglo XX.

Su famoso libro “Teoría general del empleo, el interés y el dinero” publicado en febrero de 1936, planteó algo innovador para su época: el Estado debía tener un papel activo para equilibrar las circunstancias malas y buenas de la economía y concretar dos objetivos: que hubiera trabajo para todos (pleno empleo) y que los precios no subieran sin control (precios estables).

La idea de Keynes nació en un momento crítico que fue la Gran Depresión (1929-1939), cuando el mundo enfrentaba un desempleo masivo y una deflación persistente. Con millones de personas sin trabajo y precios en constante caída, la solución económica tradicional había fracasado. En este escenario de crisis, Keynes desarrolló su enfoque de dos presupuestos como una herramienta práctica para reactivar la economía, crear empleos y estabilizar los precios cuando el sector privado no podía hacerlo por sí solo.

La idea original: dos presupuestos separados

Lo que poca gente sabe es que los elementos fundamentales de la propuesta de Keynes empezaron a gestarse mucho antes, en mayo de 1924, en un artículo titulado “¿Necesita el desempleo un remedio drástico?” que se publicó en la revista “La Nación y el Ateneo”. Aunque aún no formulaba explícitamente su sistema de dos presupuestos separados, Keynes ya defendía un tratamiento diferenciado para el gasto de capital cuando hizo la siguiente recomendación:

“El Ministro de Hacienda debería dedicar su fondo de amortización y sus recursos excedentes, no a amortizar deudas antiguas, con el resultado de impulsar el ahorro nacional a buscar una salida al exterior, sino a sustituir la deuda improductiva por deuda productiva. El Tesoro no debería rehuir la promoción de gastos de hasta (digamos) 100.000.000 de libras esterlinas al año en la construcción de obras de capital en el país”.

Esta distinción entre “deuda improductiva” y “deuda productiva”, junto con su propuesta de destinar fondos específicos a inversiones de capital, contiene la semilla conceptual de lo que posteriormente articularía como su propuesta formal de dividir las cuentas del Gobierno en dos partes distintas.

A su vez, este artículo de 1924 marca un hito significativo, pues representa la primera ocasión en que Keynes defendió la implementación de obras públicas como mecanismo para combatir el desempleo, sentando las bases para lo que posteriormente se convertiría en un elemento central de su teoría económica.

Varios años después, en un documento titulado “El futuro industrial de Gran Bretaña” correspondiente al Partido Liberal Británico que se publicó en febrero de 1928, Keynes articuló de manera explícita su propuesta de dividir las cuentas del Gobierno en dos partes diferentes:

  1. Presupuesto ordinario: para gastos del día a día (sueldos, lapiceras, teléfonos, correos, etc.).
  1. Presupuesto de capital: para inversiones a largo plazo (carreteras, puentes, puertos, viviendas, etc.).

En este documento, Keynes expresó claramente esa recomendación:

“Un sistema adecuado de contabilidad, que distinga basado en principios sólidos, entre el gasto de capital y la cuenta corriente, debería introducirse en todas las Juntas Públicas, y el sistema debe ser lo más uniforme posible para facilitar las comparaciones”.

Esta formulación representa la cristalización formal de la idea que había comenzado a desarrollar en su artículo de mayo de 1924, estableciendo ahora explícitamente un sistema dual de contabilidad gubernamental basado en la naturaleza de los gastos.

En esencia, esta propuesta de dualidad presupuestaria representaba una política fiscal reinventada y revitalizada. Keynes transformaba la concepción y la aplicación de la política fiscal tradicional, permitiendo la intervención estratégica del Estado en la economía sin abandonar la disciplina presupuestaria.

Las reglas del juego

La brillantez de su propuesta pragmática, radicaba en las claras directrices que establecía:

  • El presupuesto ordinario debía tender al equilibrio mediante impuestos, alcanzándose este equilibrio como consecuencia del crecimiento económico generado por un presupuesto de capital separado.
  • El presupuesto de capital podía financiarse con préstamos bancarios y solamente para inversiones productivas.

Un ejemplo para entenderlo mejor

Pensemos en una empresa de construcción que construye puentes. Esta empresa administra dos presupuestos separados: uno para gastos diarios (salarios, servicios, escritorios) que cubre sus ingresos regulares y otro para inversiones a largo plazo (camiones, terrenos, edificios).

Cuando pide un préstamo a bajo costo para comprar grúas y maquinaria, gana más de lo que paga por el préstamo porque esos equipos le permiten construir más puentes durante muchos años. Sin embargo, no pediría préstamos para pagar salarios o facturas de electricidad.

Este principio clásico de contabilidad empresarial fundamentaba la propuesta de Keynes para la gestión gubernamental: equilibrio en gastos cotidianos y préstamos para inversiones en infraestructura.

La gran confusión: lo que nunca propuso

Contrario a lo que muchos creen, Keynes no defendió como política permanente que los gobiernos gasten más de lo que ingresan en sus operaciones diarias. De hecho, hasta el final de su vida mantuvo firme su posición sobre la disciplina fiscal. Poco antes de su muerte, en un documento oficial titulado “Investigación de la deuda nacional: el concepto de un presupuesto de capital” que envió al Tesoro británico en junio de 1945, Keynes reafirmó inequívocamente:

“Es importante enfatizar que no es parte del propósito del Tesoro Público ni del Presupuesto de Capital Público facilitar el financiamiento del déficit”.

Esta última afirmación hecha dos décadas después de sus primeras reflexiones sobre el tema, demuestra la consistencia de su visión: Keynes abogaba por la separación presupuestaria precisamente para preservar la disciplina fiscal, no para eludirla. Esta posición se había consolidado progresivamente a lo largo de los años. En un artículo publicado en diciembre de 1934 en la revista Redbook, Keynes ya había explicado con claridad su visión sobre el déficit en tiempos de crisis:

“La depresión es en sí misma la causa de los déficits gubernamentales, resultantes del aumento del gasto en apoyo a los desempleados y de la caída en el rendimiento de los impuestos. La deuda pública es inevitable en un momento en que el gasto privado es insuficiente: es mejor incurrir en ella activamente para crear empleo y promover la actividad industrial que sufrirla pasivamente como consecuencia de la pobreza e inactividad”.

Esta posición era consistente con lo que ya había expresado públicamente un año antes. En una entrevista radial de enero de 1933 en la cadena BBC de Londres, Keynes fue categórico sobre qué tipo de gasto defendía:

“Es el gasto de préstamo lo que quiero. Son todos aquellos desarrollos de capital de diversa utilidad. Estoy de acuerdo en que tradicionalmente pensamos que es bastante adecuado financiar todos los medios mediante préstamos, y que los gastos de ese tipo lo realizan las autoridades locales o el Gobierno Central. Y creo que a la larga, una política de ese tipo realmente ayudaría al presupuesto, más que la otra política, de reducir las cosas cada vez más”.

Nueve años después, en una carta de junio de 1943 dirigida a un economista, Keynes reafirmó que el déficit del gasto corriente era efectivamente un último recurso, subordinado a su sistema principal:

“La propuesta es que si, por una u otra razón, el volumen de inversión planificada no logra el equilibrio, este desequilibrio se compensaría desequilibrando el Presupuesto actual. Es cierto que esto sería un último recurso, que sólo se aplicaría si la maquinaria del presupuesto de capital fallara”.

Esta cita confirma que su solución primaria siempre fue el presupuesto de capital, y que el déficit del presupuesto ordinario sólo se justificaba si el sistema principal no funcionara adecuadamente.

La teoría distorsionada y nunca aplicada

La distorsión teórica no ocurrió por casualidad. Después de la Segunda Guerra Mundial, la propuesta de Keynes sobre dos presupuestos separados se deformó en los debates políticos. A partir de la década de 1960, muchos gobiernos usaron su nombre para justificar el déficit del gasto corriente financiado con deuda y emisión monetaria, exactamente lo que él rechazaba.

Quizás, la malinterpretación más persistente fue presentarlo como un defensor del consumo por encima de la inversión. Sin embargo, él mismo lo desmintió categóricamente en su obra magna, “Teoría general del empleo, el interés y el dinero”:

“Prácticamente, sólo difiero de estas escuelas de pensamiento en pensar que pueden poner demasiado énfasis en el aumento del consumo en un momento en que todavía hay muchas ventajas sociales que se pueden obtener de una mayor inversión”.

Tanto los críticos como los supuestos defensores repitieron esta versión errónea de su idea. Así, el “keynesianismo” pasó a significar simplemente “gastar dinero público sin freno”, olvidando completamente la disciplina fiscal que Keynes consideraba primordial.

Sorprendentemente, el sistema de dualidad presupuestaria que Keynes propuso nunca se implementó, ni siquiera en su país natal (Inglaterra) o Estados Unidos. Hasta el final de su vida, siguió defendiendo una idea que nunca vio realizada.

Si bien algunos países como Suecia, Dinamarca y Países Bajos adoptaron un sistema de presupuestos separados para el gasto corriente y el gasto de capital, ninguno implementó fielmente el modelo completo de Keynes con sus principios específicos de disciplina fiscal y financiamiento mediante préstamos para inversión productiva.

Lo que muchos gobiernos llamaron “una política keynesiana” fue una versión incompleta o tergiversada de su visión original.

Pleno empleo y precios estables: pilares para el equilibrio fiscal y la confianza empresarial

Para Keynes el pleno empleo era la piedra angular de su estrategia económica, complementada con los precios estables. Cuando todos trabajan, el Gobierno recauda más impuestos y gasta menos en subsidios de desempleo. A la vez, cuando los precios se mantienen estables, tanto las familias como las empresas pueden planificar mejor sus gastos e inversiones.

Su propuesta demostraba que concretar el pleno empleo y equilibrar el presupuesto, no eran objetivos contradictorios sino complementarios, un punto que se reforzó con su defensa de la estabilidad de los precios. El propio Keynes expresó esta idea con total claridad en su folleto “Los medios para la prosperidad” en marzo de 1933:

“Es un completo error creer que existe un dilema entre los esquemas para aumentar el empleo y los esquemas para equilibrar el Presupuesto. Que debemos ir despacio y con cautela con el primero por temor a herir al segundo. Todo lo contrario. No hay posibilidad de equilibrar el Presupuesto excepto aumentando el ingreso nacional, que es lo mismo que aumentar el empleo”.

Keynes también entendía que cuando hay pleno empleo y precios estables, los empresarios recuperan la confianza para invertir (lo que él llamaba “espíritus animales”). Con gente empleada que puede comprar y precios predecibles, las empresas se animan a realizar nuevas inversiones, complementando la iniciativa del Gobierno y fortaleciendo el conjunto de la economía.

Préstamos baratos: el punto de partida

Keynes insistía en un punto importante: los préstamos bancarios para obras públicas debían obtenerse a una baja tasa de interés. Así, el Gobierno pagaría poco por el dinero prestado, mientras las obras realizadas generarían mayores beneficios económicos que permitirían pagar la deuda.

El financiamiento en el contexto británico

Un detalle crucial que frecuentemente se malinterpreta: cuando Keynes hablaba de “préstamos bancarios” para financiar el presupuesto de capital, se refería específicamente al sistema bancario doméstico británico.

En la práctica, esto significaba obtener crédito del Banco de Inglaterra (que aunque privado hasta 1946, funcionaba como banco central) y de bancos comerciales británicos que adquirían bonos del Tesoro británico. Todo en libras esterlinas, dentro del sistema financiero nacional.

Keynes no proponía:

  • Imprimir dinero directamente para financiar obras públicas
  • Pedir préstamos a organismos internacionales que ni siquiera existían en su época: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional fueron creados en 1944, y el Banco Interamericano de Desarrollo en 1959)
  • Endeudarse en moneda extranjera

Además, Keynes proponía suspender temporalmente el Fondo de Amortización (mecanismo mediante el cual el Gobierno destinaba recursos al pago acelerado de deuda vieja) para liberar recursos fiscales que podían redirigirse hacia obras productivas o reducción de impuestos. Su argumento era pragmático: durante una depresión severa, era más sensato crear nueva capacidad productiva que amortizar deuda aceleradamente; la deuda podría pagarse después, cuando la economía se hubiera recuperado.

Esta aclaración es importante porque el Reino Unido de los años 30 tenía condiciones especiales que hacían viable este financiamiento doméstico: un mercado financiero muy desarrollado, tasas de interés bajas debido a la deflación, y la libra esterlina como moneda de reserva internacional.

Para países en desarrollo contemporáneos como Argentina, aplicar los principios de Keynes puede requerir adaptaciones en la fuente de financiamiento (por ejemplo, usando organismos multilaterales que ofrecen crédito barato a largo plazo), aunque manteniendo intactos sus principios fundamentales: separación presupuestaria, inversión productiva y disciplina fiscal.

La expansión del multiplicador de la inversión

Keynes destacó el “efecto multiplicador de la inversión”: cada libra esterlina invertida en infraestructura generaba un impacto amplificado en la economía. Cuando el Gobierno construye una carretera, no sólo paga a los trabajadores directos, sino que estos gastan sus salarios en tiendas, cuyos dueños a su vez compran más productos y contratan más personal, multiplicando así el valor de la inversión inicial.

El círculo virtuoso

En la teoría keynesiana, este efecto cascada genera un círculo virtuoso que opera simultáneamente mediante dos canales: el consumo y el ahorro.

El proceso comienza cuando una inversión inicial aumenta la producción y crea empleos. Los trabajadores obtienen ingresos que gastan parcialmente y el resto lo ahorran. Este gasto impulsa a las empresas a producir más, creando más empleos. Al mismo tiempo, los ahorros se canalizan hacia nuevas inversiones.

Este ciclo continúa porque el dinero invertido genera múltiples actividades económicas: el gasto mantiene la demanda y los ahorros sostienen las inversiones futuras. De esta forma, un pequeño estímulo inicial puede generar un crecimiento económico significativo y sostenido en el tiempo.

Cómo funciona el sistema en la práctica

Durante una recesión, Keynes proponía que el Gobierno:

  1. Aumentara la inversión en infraestructura mediante el presupuesto de capital.
  2. Creara empleos con estas obras públicas.
  3. Reactivara la economía con estos nuevos trabajadores que ahora tenían dinero para gastar.
  4. Recaudara más impuestos gracias a esta nueva actividad económica.
  5. Ahorrara en subsidios de desempleo.

La evidencia empírica sobre los programas de obras públicas implementados durante el New Deal estadounidense (1933-1939) muestra que por cada dólar invertido en infraestructura, se generó una actividad económica adicional valorada entre 1,5 y 2,5 dólares.

Relevancia actual

La idea que Keynes presentó hace casi un siglo sigue siendo relevante para la actual política fiscal. Permite evaluar si las inversiones gubernamentales en infraestructura implementadas durante una crisis como la pandemia de marzo de 2020 son inversiones genuinas que generarán beneficios futuros, o simplemente gastos corrientes disfrazados que trasladarán problemas a la próxima generación.

Al desenterrar su auténtica propuesta, no sólo se encuentra la solución al actual problema fiscal, sino también la brújula de oro que siempre estuvo ahí esperando a ser redescubierta: la distinción fundamental entre el gasto y la inversión.

Luciano Ingaramo

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