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La propuesta de John Maynard Keynes

by Luciano Ingaramo

El economista inglés Lord John Maynard Keynes (1883-1946), expuso en su famoso libro “Teoría general del empleo, el interés y el dinero” publicado el 4 de febrero de 1936, una crítica a la falla del modelo neoclásico (que afirmaba que el mercado se autorregula) y una solución para el desequilibrio ocasionado por una crisis económica. Keynes consideraba que la desigualdad en la distribución del ingreso era uno de los problemas más graves del sistema capitalista y mejorarla era una de las metas de su filosofía social propuesta en ese libro. Sin duda, se trata de uno de los aportes más importantes a la ciencia económica del siglo XX.

Su obra supuso una revolución en el mundo de la macroeconomía al abrir nuevos caminos, siendo considerado uno de los economistas más influyentes con una participación destacada también en la política.

Se suele afirmar que Keynes salvó el capitalismo. Era miembro del Partido Liberal de Gran Bretaña y no se lo puede considerar ciertamente un socialista, pero a diferencia de muchos economistas creía en las soluciones institucionales.

¿Qué era lo que tenía para proponer Keynes como alternativa para salir de la crisis del capitalismo? En primer lugar, un diagnóstico distinto. Básicamente, lejos de pensar que toda oferta genera su propia demanda (como planteaba la ley del economista francés Jean Baptiste Say), creía que había que estimular la demanda para generar una oferta y así iniciar el círculo virtuoso de la economía. O sea, proponía invertir la Ley de Say: es la demanda la que genera la oferta. Se debe estimular la primera para generar la producción.

La primera ruptura que proponía era la intervención del Estado en la economía nacional principalmente a través de la planificación y la promulgación de un programa de inversión pública en infraestructura a largo plazo, con los objetivos de restaurar y mantener el crecimiento económico, el pleno empleo y la estabilidad de los precios. Keynes no era un amante de la economía centralmente planificada al estilo de la Unión Soviética. Sin embargo, era consciente de que el poder de los inversionistas para decidir qué hacer con su dinero era determinante para el conjunto de la sociedad y por eso corrió, en primer lugar, el foco de atención hacia ellos. Hasta ese momento, los capitalistas se quejaban de que los trabajadores querían ganar demasiado y los últimos se quejaban de lo mismo respecto de los primeros. Para Keynes, en cambio, el problema eran los inversionistas del sector privado. Al quitar el dinero del circuito económico y guardarlo por miedo al futuro, privaba a toda la sociedad de la inversión necesaria para salir adelante. Peor aún, al no invertir producía un achicamiento de la economía que hacía que otros también retiraran su dinero del mercado, lo que generaba un círculo vicioso. El dinero en estado líquido, es decir en moneda, es un resguardo frente a la incertidumbre y queda en manos del que lo tiene guardado.

Ahora bien, si el problema eran los inversionistas privados ¿cómo se los podía incentivar a invertir? Primero, se debía lograr que fueran más optimistas respecto del futuro, es decir, que confiaran en que si invertían su dinero obtendrían más con poco riesgo. Con el objetivo de lograrlo, creía que el Estado era un actor fundamental que debía inyectar dinero en el mercado. Para hacerlo, tenía varias herramientas.

En primer lugar, se debía utilizar la política fiscal: la inversión pública en infraestructura para generar empleo. O sea, concretar proyectos de inversión estatal para generar inversión privada y aumentar el consumo y las exportaciones. El Estado, al iniciar la construcción de carreteras, puentes, puertos, aeropuertos, casas, ferrocarriles y escuelas, no sólo estaba mejorando la infraestructura, sino que también contrataba desocupados que recibían salarios que utilizaban para comprar bienes de capital (maquinaria, herramientas, instalaciones industriales, etc.) que antes no podían adquirir. Es decir, se estimulaba la demanda por encima de los valores anteriores y además se estimulaba al empresario a producir más para satisfacerla, para lo que tenía que adquirir más materia prima, más trabajo y a su vez, sus proveedores debían hacer lo mismo. De esta manera, cada libra esterlina invertida generaba un efecto dominó sobre el mercado. Este fenómeno conocido como el multiplicador, reveló que cada libra esterlina se multiplicaba excepto por una pequeña porción que se iba perdiendo en el camino como ahorro. El aumento inicial de riqueza resultante del paso de recursos de un individuo a otros en el acto de invertir, es capaz de producir un circuito de gasto y así, por el efecto multiplicador de las inversiones, nuevos aumentos de ingreso. Parte de lo que recibe un agente involucrado en una decisión de invertir se gasta luego en consumo, y así sucesivamente en una secuencia de agentes en la sociedad. En general, esta multiplicación de ingresos aumenta el estado de confianza de los empresarios en que sus ingresos recaudan y facilitan la consecución de presupuestos equilibrados, dado el tiempo necesario entre que el gasto se convierte en remuneración y ésta a su vez en consumo efectivo.

El presupuesto público debía estar dividido en dos partes: el ordinario (gasto para bienes de consumo) y el de capital (gasto para bienes de inversión). El primero son los fondos necesarios para mantener los servicios básicos que el Estado brinda a su población, mientras que el segundo corresponde al gasto en bienes productivos que se considera un estabilizador automático del ciclo económico. El presupuesto ordinario debía financiarse con impuestos, estar equilibrado en todo momento y aspirar a tener un superávit. El presupuesto de capital –en el que se incluiría el financiamiento de las obras públicas–, debía financiarse con préstamos del sistema bancario y no figuraría en el ordinario, al que Keynes llamaba “presupuesto de Hacienda”. Esto iba a dar seguridad a los empresarios, lo que a su vez, permitiría la estabilidad sin necesidad de incurrir en un gasto deficitario. De hecho, en un memorándum publicado el 21 de junio de 1945, Keynes escribió lo siguiente: “Es importante enfatizar que no es parte del propósito del Tesoro Público ni del presupuesto de capital público facilitar el financiamiento mediante déficit, tal como entiendo este término. Por el contrario, el propósito es presentar una clara distinción entre la política de recaudar impuestos por debajo del gasto corriente, que no es del gasto de capital del Estado, como medio de estimular el consumo, y la política del Tesoro que influye en el gasto de capital público como medio de estimular la inversión”.

Sin embargo, en cuanto a la fuente de financiamiento para emprender los proyectos de obras públicas, Keynes ni siquiera vio la necesidad de pedir prestado dinero para concretarlos. En su panfleto “¿Puede Lloyd George hacerlo?” publicado el 11 de mayo de 1929, había optado por una alternativa: el fondo de amortización del Gobierno. Es decir, el fondo común de dinero que recaudó para pagar la deuda existente. En su época, el Tesoro Británico determinaba cantidades arbitrarias que debían recaudarse cada año y reservarse para ser utilizadas en una fecha posterior cuando venciera el dinero que el Gobierno había pedido prestado. Este dinero se recaudó a través del sistema tributario y se ahorraría para pagar los bonos que se habían emitido para pedir prestado el dinero en primer lugar. Entonces, él argumentó que si el fondo de amortización se suspendía durante dos años, podría utilizarse para inversiones en infraestructura. Dado que el uso del dinero en el fondo de amortización generaría ingresos para reemplazar la cantidad prestada, Keynes no vio por qué este fondo no podría emplearse de manera fructífera.

En segundo lugar, se debía utilizar la política monetaria: el descenso de la tasa de interés a través de la intervención del Banco Central lo suficiente como para estimular la inversión en aquellos sectores de la economía que no fueran tan rentables. Si la tasa de interés es alta, el riesgo de no ganar lo suficiente como para cubrirlos desincentiva la inversión, en tanto que si el dinero es barato se puede recuperar la inversión y pagar su costo.

Lo bueno de distribuir equitativamente la riqueza generando empleo, era que el nivel de necesidades insatisfechas de los desocupados aseguraba que el dinero volviera rápidamente al circuito económico. Además, el impacto amplificado del crecimiento de la economía como consecuencia del efecto multiplicador, generaba ingresos fiscales superiores al desembolso original del gasto en inversión pública con los que se pagaría la deuda contraída.

A modo de conclusión, el legado de Keynes, a 140 años de su nacimiento, es el de la implementación de un sistema de economía mixta cuya colaboración público-privada está constituida por lo que él concluyó que era el dinamizador de la demanda: la inversión.

Luciano Ingaramo

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