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Jim Morrison: el legendario Rey Lagarto

by Luciano Ingaramo

James Douglas Morrison nació el 8 de diciembre de 1943 en Melbourne, Florida, Estados Unidos. Hijo de Clara Virginia Clarke y del futuro almirante George Stephen Morrison. Tuvo una hermana, Anne Robin, nacida en 1947; y un hermano, Andrew Lee Morrison, que nació en 1948. Tenía antepasados escoceses, irlandeses e ingleses. Con su padre en la Marina de los Estados Unidos, la familia se mudó frecuentemente.

En la madrugada del sábado 3 de julio de 1971, Pamela Courson encontró a Jim Morrison muerto en la bañera del departamento en el que estaban alojados en la ciudad de París, Francia. Habían decidido instalarse en la capital francesa –lugar con el que Morrison se sentía románticamente identificado a partir de su devoción por grandes poetas franceses como Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire– con la intención de pasar un tiempo alejados de la agitada vida nocturna que ambos llevaban en Estados Unidos. Pero Morrison mantuvo la cordura solamente unos pocos días y muy pronto empezó a pasar muchas horas en bares y de los que casi siempre volvía ebrio y drogado.

La muerte de este artista singular, quien es uno de los integrantes más ilustres del fatal “Club de los 27” siempre estuvo rodeada de misterios. A lo largo de los años hubo varias teorías al respecto. Muchas de ellas, disparatadas. La versión oficial dice que la noche previa a su muerte, Morrison vomitó una pequeña cantidad de sangre, algo que ya le había sucedido antes y que no alarmó demasiado a su novia, quien siguió durmiendo. Él había decidido darse un baño de inmersión, pero unas horas más tarde, a las cinco de la mañana, su pareja se dio cuenta de que aún no había vuelto al dormitorio y se levantó para ver qué ocurría. Lo encontró en la bañera con los brazos apoyados en los bordes y, según reveló un tiempo después, “una sonrisa infantil” dibujada en los labios que en un primer momento le hizo pensar que simplemente se trataba de una de las bromas pesadas que su compañero solía hacerle. Ésa es la única información veraz de lo que sucedió esa madrugada en el departamento parisino. Lo demás son especulaciones y teorías conspirativas. Desde un homicidio, un suicidio, una muerte accidental hasta una muerte simulada para desaparecer como vía de escape del mundo de la fama.

La autopsia no fue realizada debido a que en esa época, la policía francesa no lo hacía si no se trataba de una muerte violenta. El médico se apresuró a firmar el certificado de defunción consignando un “Deceso por ataque cardíaco”.

Su sombra siguió apareciendo con el estreno de The Doors (1991), la película dirigida por el gran Oliver Stone, y también con las numerosas reediciones de su poemario “Los señores y las nuevas criaturas” a partir de los años ’90, luego de que los manuscritos originales fueron rechazados muchas veces por distintas editoriales y su publicación original, en 1980, pasó casi inadvertida.

Su sendero sinuoso hacia el desenlace del que este 3 de julio se cumple el cincuenta aniversario, empezó en una ruta de Albuquerque cuando Jim tenía tan sólo siete años y experimentó lo que él mismo definió como el momento más importante de su vida: viajando con sus padres en un automóvil, se toparon con un camión volcado y un grupo de indios tendidos sobre el asfalto, algunos heridos y otros muertos. Pararon y luego de ver ese impresionante panorama, retomaron el viaje. Él narró más de una vez que un rato más tarde, sintió cómo el alma de uno de esos indios que no sobrevivieron al accidente se introdujo en su cuerpo.

Fue una de las primeras visiones de un joven pequeño que unos años más tarde se convirtió en un adicto a los poemas de Dylan Thomas, los beatniks y William Blake, una influencia clave que también determinaría el nombre del proyecto musical con el que se hizo famoso. Blake, poeta, pintor y artista británico ignorado en vida y enterrado en 1827 en una tumba sin nombre, quien afirmó que “Si se limpiaran las puertas de la percepción, todas las cosas aparecerían ante el hombre tal y como son en realidad, infinitas”, un axioma que inspiró a Aldous Huxley para titular su alucinante ensayo “Las puertas de la percepción” y que fue proyectado en el mundo del rock a través de The Doors. Convencido de que son los sueños los que crean la realidad, Morrison inundó su poesía con imágenes oníricas y logró seducir a Manzarek en un campo de la UCLA (Universidad de California de Los Ángeles) a la que había ingresado para estudiar cine, con la idea de transformarla en la base de un proyecto más ambicioso que involucrara a la música.

También conocido con el recordado apodo de “El Rey lagarto” –en referencia a “The celebration of the King lizard”, uno de sus poemas más divulgados, que además contiene una auténtica declaración de principios: “I’m the lizard King, I can do anything” (Soy el rey lagarto, puedo hacer lo que sea)–, Morrison fue único en su especie porque cantó sobre “el fin” (en su acepción más ominosa) y acerca de serpientes y caballos dramáticamente ahogados cuando lo que estaba en boga era la ingenuidad amable del hippismo. William Blake, uno de sus héroes literarios, le había enseñado que “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”, y Jim interpretó el mensaje siendo consecuente con sus principios. Se pensó a sí mismo como un Dios, por la convicción de que todos los seres humanos somos dioses en un sentido filosófico: cada uno tiene la chance de crear su propio destino. Dicha convicción, encuentra un punto de contacto en esta expresión suya: “El tipo de libertad más importante, es ser lo que realmente eres”.

Delineó astutamente su perfil de sex symbol y chamán que encontró un marco perfecto para sus ensoñaciones en la música que producían tres compañeros interesados en el free jazz y la meditación trascendental: el tecladista Ray Manzarek, el guitarrista Robby Krieger y el baterista John Desmond.

La trayectoria de la banda fue concisa y vertiginosa: en cinco años grabaron discos cuya relevancia en la historia del rock quedó opacada por el tamaño desmesurado de la leyenda de Morrison –el debut The Doors y Strange Days, grabados el mismo año (1967), un indicador del potencial creativo de la banda en sus inicios, Morrison Hotel (1970), L.A. woman (1971). Aquel niño culto, arrogante y pendenciero, cuyo adorado rostro iba a quedar impreso en millones de pósteres y remeras luego de su prematuro fallecimiento.

Jim Morrison cultivó como pocos la locura ritual y el éxtasis. Llevó la rebeldía al extremo transgrediendo límites y sobre todo, siempre se entregó por completo a sus convicciones: puso en juego el cuerpo y la psiquis en su aventura creativa. Enfrentó a la muerte cara a cara, vio en la autodestrucción un camino hacia la experiencia artística y la redención. Más de una vez decía una frase oscura, alarmante y osada: “El rock es la muerte”. Hizo todo lo necesario para diseñar y construir su propia mitología.

Más allá de las circunstancias de su paso a la eternidad como miembro ilustre del mundo del rock, hoy continúa siendo una figura cultural relevante que combinó el rock profundo junto a una poesía correspondiente a su estilo de vida.

Luciano Ingaramo

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