Ver a Armant en vivo, es como ver una descarga eléctrica producto de una tensión acumulada. Te invita a que te subas a un vehículo cuyo combustible es la electricidad y que realizará un viaje que promete ser intenso, ecléctico, entretenido, reflexivo, duradero y riesgoso. En cada concierto, se pueden apreciar diversas cualidades: la unión, la estabilidad, la solidez, la convicción, la tenacidad y el enstusiasmo como ejes centrales sobre los cuales rota la dinámica del trío. No navegan por el laberinto de la dispersión, porque existe una fuerte presencia del sentido de orientación, es decir, tienen claro dónde están, de dónde vienen y hacia dónde van. Como si esto fuera poco, están dispuestos a llegar al destino deseado sin importar cuáles y cuántos sean los obstáculos a derribar a lo largo del trayecto. Los integrantes son como pájaros que vuelan sin escalas y despliegan sus alas al máximo por medio de la ejecución de sus respectivos instrumentos:
Simón Bosio, está al frente luciendo su virtuosismo en la guitarra: posee una inagotable interacción lúdica con ella, a causa de su exploración de la misma en todas sus facetas y sus solos son pretendidamente interminables, como una lluvia de acordes electrizantes. Luego, está su complemento que es su voz, que oscila entre un tono melódico y desgarrador.
Federico Trench, pulsa el bajo con absoluta agilidad y con el mayor rigor posible; se muestra muy seguro de sí mismo y no le teme a nada.
Axel Stahler, toca la batería sin ningún grado de inhibición, manifestando sin filtro su desenvoltura voraz y su precisión como consecuencia de una sobrecarga energética que en la escena actual del rock, escasea. Es como si fuera una locomotora que va a toda velocidad.
Ellos no son una banda de rock popular, su estilo no orbita dentro de la esfera del pop. Sus temas no son de tipo convencionales. Representan la imagen más pura del rock fidedigno, el rock clásico característico de la década del ’70 y del ’90, períodos en los que se hizo una revisión profunda de las raíces de dicho género. La imagen, como factor artístico, es importante pero no es lo primordial. Por encima de eso, prevalece la armonía y el sonido. Y ese orden de prioridades, es correcto: puede haber una abundante estética, pero si no hay armonía y la calidad del sonido no es excelente, el fracaso está a la vuelta de la esquina.
En las letras de algunas de sus canciones, se pueden apreciar sus máximas de manera implícita a través del uso de la metáfora, como un camuflaje lírico: 1. “Paso el alquitrán”: “De a poco se agrietan las piedras, espero que por hoy lo veas. Sigo estando cerca, sigo estando mucho más cerca”. El mensaje que busca transmitir el autor, es que se puede derribar cualquier obstáculo que impida que uno llegue a su objetivo y por ende no hay nada que no se pueda concretar. 2. “Donde el tiempo calma”: “Sólo se trata de aguantar el paso del tiempo, entre melodías tan distintas”. En este caso, el autor afirma que no hay que seguir al populismo, sino ser uno mismo.
Armant, muy lejos de caer en la monotonía, tiene un paladar fino: saborea los diversos matices del rock, siendo éste un amplio espectro; una extensa gama de colores sonoros.
A diferencia de otros conjuntos, la banda no interpreta al rock como una forma de exhibicionismo patético, deforme y frívolo perteneciente a una compleja suma de egos que sólo pretende tocar acordes perezosos e invariables. Muy en contraposición, asimilan al rock como un eficaz método musical de catarsis individual o grupal, que tiene como finalidad exteriorizar la oscuridad que anida en el ser y transformarla en luz. Quizás, el título de su flamante, segundo y último disco de estudio, “Alas abiertas”, represente el reflejo más fiel del concepto del grupo: una banda de rock clásico compuesta por tres halcones que abren sus alas cada vez que pulsan sus instrumentos. Seguramente, ésta será siempre una de las formas más puras y sensatas de volcar la propia creatividad por medio de un brillante canal: la música. Entonces, que sea rock.
Luciano Ingaramo